lunes, 26 de septiembre de 2011

Cal State Long Beach

El calendario me vacila. Dice que ya ha pasado un mes desde que llegué a California. Un mes y una semana, camino de mes y medio. Un 15% de mi tiempo aquí. ¿Ya? ¡Pero si acabo de llegar! Y luego empiezo a hacer memoria y a recopilar anécdotas y hago las paces con el calendario. “Vale, a lo mejor tienes razón y sí que han pasado esos 42 días que decías”.

El tiempo aquí parece estar en un fast-forward permanente. Hace un mes que empecé las clases (¿un mes? ah, pero ¿que ya han empezado las clases?). El tener un schedule (esa palabra impronunciable pero que escrita queda estupendamente) de solo lunes, miércoles y jueves con horario de por la tarde inevitablemente genera la sensación de estar de vacaciones continuas. Nunca me levanto antes de las 10 de la mañana, lo cual es maravilloso para una insomne como yo: ¡estoy durmiendo más de 7 horas al día! A veces incluso 9. Intentaré obviar la ayuda ocasional de la Dormidina para que parezca que es todo mérito propio. Ups, ya lo he dicho.

Mi universidad, California State University of Long Beach (también conocida como Cal State Long Beach cuando no quieres alargar innecesariamente las reiterativas conversaciones de “dónde estudias”), es tan grande como bonita. La aproximación métrica que hizo mi amiga de “15 veces la Carlos III” quizás sea exagerada, pero probablemente sí que alcance unas 7 u 8 veces su tamaño. Tiene piscina, campos de baseball, de baloncesto, de soccer, de rugby, de atletismo, canchas de tenis... y un gimnasio gratis para los estudiantes, tan inmenso y tan agradable que motiva a utilizarlo. Jamás pensé que diría esto, pero sí, ¡estoy yendo al gimnasio! Y todo es culpa de lo bonito que es, y de las televisiones que ponen en las bicicletas (en algún sitio tenía que ver la TV cuando aún no la teníamos instalada en casa).

Por supuesto, para contrarrestar o para complementar (según el punto de vista), la universidad está también plagada de restaurantes casi en cada esquina. Encontrarme cada día con el logo gigante de Starbucks de camino a clase es poner a prueba mi fuerza de voluntad. Pero respiro hondo, cuento hasta tres, me mantengo fuerte y sigo caminando sin mirar atrás (que no, hombre, que no, que paso de largo sin más). También tenemos una mini-sucursal de banco y hasta una mini-estación de policía, que me haría mucha gracia si no fuera porque se dedican a poner multas de aparcamiento en el propio parking del campus, en esos maravillosos parking lots que rodean los edificios de la universidad y que te invitan a comprar el no-precisamente-barato permiso anual de aparcamiento, solo para descubrir que el 80% de las plazas que ves están reservadas para el staff de la universidad, dejando a los estudiantes un par de “parking structures” al norte del campus, que sí, que son muy grandes y estupendas, pero bastante poco prácticas cuando tienes todas tus clases en la parte sur. Esto viene a significar que mi emoción de vivir cerca de la universidad y tardar poco en llegar (en contraste con la 1h 10min que tardaba en Madrid) se convierte en gozo caído en pozo cuando a los 10 minutos que tardo en coche tengo que sumarle los 20 minutos de paseo parking-clase (bueno, vale, 15 minutos en mi habitual paso acelerado).

La guinda del pastel la pone, por supuesto, la clásica tienda universitaria que, además de vender y alquilar los libros de las distintas carreras tanto de primera como de segunda mano, vende las famosas sudaderas, camisetas, cuadernos y bolígrafos con el logo y los colores de la universidad, negro y dorado, que llevan los alumnos para mostrar su orgullo de pertenecer a la CSULB. Muy americano todo.

En fin. Me termino mi té blanco de vanilla apricot y parto rumbo a clase de Theatrical Film Symposium. En la próxima entrada hablaré de mis asignaturas aquí, del trabajo estresante desde la primera semana y de, al fin, tener la sensación de estar estudiando lo que me gusta.