lunes, 3 de octubre de 2011

Always sunny in California?


14 de agosto de 2011. Es verano en Madrid. Hace calor, incluso de madrugada. Como siempre, dejo todo para el último momento. La maleta para Los Angeles no iba a ser menos. Una camiseta, dos camisetas, tres camisetas... veinte camisetas. Unos shorts, dos short, tres shorts... siete shorts. Un pantalón largo, dos pant-... un momento. ¿Pantalón largo? ¡Pero si en California siempre hace calor! ¡Si las temperaturas no bajan de 20ºC, y eso es solo bien adentrado el invierno! Con un pantalón largo me basta. Y un par de zapatos cerrados, pero vamos, por si acaso.

3 de octubre de 2011. Querida yo del pasado agosto, ¿EN QUÉ NARICES ESTABAS PENSANDO? ¿De verdad creías, como todo mortal que ve la tele, que California sería un verano permanente? Sí, vale que hemos ido a la playa algunos días por la mañana antes de ir a clase (esta es mi manera sutil de daros envidia como quien no quiere la cosa). Sí, vale que hemos podido tomar el sol y hemos nadado al lado de delfines (¿seguís sin pillar lo de la envidia?). Pero espera. Avancemos unas horas más, hacia las 7 de la tarde. Empieza a anochecer en Long Beach cual Madrid en invierno. Sacas tu chaqueta de lana fina y manga corta (porque para qué ibas a necesitar mayor abrigo, estás en California). A las 7:30, estás tiritando y buscando cobijo. Entras a cualquier tienda o restaurante confiando en resguardarte del frío. Solo para descubrir, pobre inocente, que has salido de la nevera para meterte en el congelador. ¿Cómo es posible?, te preguntas. El aire acondicionado. El maldito aire acondicionado. El abominable, siempre-encendido-no-matter-what aire acondicionado. Si hay algo que he aprendido aquí, es que a los americanos les gusta el aire acondicionado. No importa a dónde vayas ni la hora que sea: la garantía de encontrarte un aire acondicionado en cada establecimiento lo suficientemente potente como para congelar a Charmander es tan infalible como la de encontrarte a un hispanoparlante en cada manzana. No sé por qué el estereotipo americano del McDonald's (que no hay tantos como creéis) no se sustituye por un gran AC. Es igualmente representativo, solo que no sabe bien ni se le puede añadir doble de queso. Este efecto es todavía peor durante el día, especialmente en agosto, cuando entras en una tienda sudando y sales de ella con la piel de gallina. Estoy convencida de que pretenden producir algún tipo de shock térmico para atontarte los últimas neuronas que han sobrevivido al sol, como recurso estratégico para intentar venderte sus ridículos descuentos ("Antes: $12,23. Ahora: $11,89. ¡¡Ahorra 34 céntimos!!").

El premio a la ingenuidad se lo lleva la barbacoa en la playa de Huntington Beach a la que nos invitaron a principios de septiembre. Y yo, que automáticamente asocio playa con sol, calor y saltar olas (lo de 'socorristas macizos' lo borré como sinónimo tras unos veranos de auténtica decepción), me planto con mi bikini, mis chanclas y una camiseta que cubre lo justo para considerarse prenda de ropa. Y allí me encuentro a mi amiga Gina, que, muy autóctona ella, se conoce el clima como yo las barritas de cereales, y había acudido directamente en pantalón largo. A la playa. A principios de septiembre. Así que aquí tenéis una bonita estampa, la típica de chicas californianas en la playa y en bikini. En bikini, y en unas cuantas capas más. La sonrisa no es por la foto, es por el frío. La chaqueta negra de mi amiga Gemma me salvó de la hipotermia.

Y he aquí otra típica estampa americana: el grupo de amigos rodeados en torno a una hoguera preparando s'mores (marshmallows/nubes + chocolate + galleta). Nos faltaba cantar canciones de campamento. Lo que las caras felices y las bocas llenas esconden, queridos lectores, es el verdadero motivo de acercarnos al fuego: intentar que nos volviera a circular la sangre por las extremidades. La balanza entre la integridad física y la comida gratis es dura de equilibrar, pero finalmente decidimos quedarnos hasta haber arramplado con una cantidad suficiente de existencias, antes de partir hacia tierras cálidas (léase, el coche de Gemma).

Y esto era a principios de septiembre, todavía en verano. Ahora comienza octubre y las temperaturas no hacen más que descender. Y yo termino de escribir esta entrada, abro mi armario, contemplo el panorama de moda veraniega y me pregunto qué será de mí en los próximos meses. Querida yo del pasado agosto, la próxima vez, recuerda que agosto no dura un año. Ni siquiera en California.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Cal State Long Beach

El calendario me vacila. Dice que ya ha pasado un mes desde que llegué a California. Un mes y una semana, camino de mes y medio. Un 15% de mi tiempo aquí. ¿Ya? ¡Pero si acabo de llegar! Y luego empiezo a hacer memoria y a recopilar anécdotas y hago las paces con el calendario. “Vale, a lo mejor tienes razón y sí que han pasado esos 42 días que decías”.

El tiempo aquí parece estar en un fast-forward permanente. Hace un mes que empecé las clases (¿un mes? ah, pero ¿que ya han empezado las clases?). El tener un schedule (esa palabra impronunciable pero que escrita queda estupendamente) de solo lunes, miércoles y jueves con horario de por la tarde inevitablemente genera la sensación de estar de vacaciones continuas. Nunca me levanto antes de las 10 de la mañana, lo cual es maravilloso para una insomne como yo: ¡estoy durmiendo más de 7 horas al día! A veces incluso 9. Intentaré obviar la ayuda ocasional de la Dormidina para que parezca que es todo mérito propio. Ups, ya lo he dicho.

Mi universidad, California State University of Long Beach (también conocida como Cal State Long Beach cuando no quieres alargar innecesariamente las reiterativas conversaciones de “dónde estudias”), es tan grande como bonita. La aproximación métrica que hizo mi amiga de “15 veces la Carlos III” quizás sea exagerada, pero probablemente sí que alcance unas 7 u 8 veces su tamaño. Tiene piscina, campos de baseball, de baloncesto, de soccer, de rugby, de atletismo, canchas de tenis... y un gimnasio gratis para los estudiantes, tan inmenso y tan agradable que motiva a utilizarlo. Jamás pensé que diría esto, pero sí, ¡estoy yendo al gimnasio! Y todo es culpa de lo bonito que es, y de las televisiones que ponen en las bicicletas (en algún sitio tenía que ver la TV cuando aún no la teníamos instalada en casa).

Por supuesto, para contrarrestar o para complementar (según el punto de vista), la universidad está también plagada de restaurantes casi en cada esquina. Encontrarme cada día con el logo gigante de Starbucks de camino a clase es poner a prueba mi fuerza de voluntad. Pero respiro hondo, cuento hasta tres, me mantengo fuerte y sigo caminando sin mirar atrás (que no, hombre, que no, que paso de largo sin más). También tenemos una mini-sucursal de banco y hasta una mini-estación de policía, que me haría mucha gracia si no fuera porque se dedican a poner multas de aparcamiento en el propio parking del campus, en esos maravillosos parking lots que rodean los edificios de la universidad y que te invitan a comprar el no-precisamente-barato permiso anual de aparcamiento, solo para descubrir que el 80% de las plazas que ves están reservadas para el staff de la universidad, dejando a los estudiantes un par de “parking structures” al norte del campus, que sí, que son muy grandes y estupendas, pero bastante poco prácticas cuando tienes todas tus clases en la parte sur. Esto viene a significar que mi emoción de vivir cerca de la universidad y tardar poco en llegar (en contraste con la 1h 10min que tardaba en Madrid) se convierte en gozo caído en pozo cuando a los 10 minutos que tardo en coche tengo que sumarle los 20 minutos de paseo parking-clase (bueno, vale, 15 minutos en mi habitual paso acelerado).

La guinda del pastel la pone, por supuesto, la clásica tienda universitaria que, además de vender y alquilar los libros de las distintas carreras tanto de primera como de segunda mano, vende las famosas sudaderas, camisetas, cuadernos y bolígrafos con el logo y los colores de la universidad, negro y dorado, que llevan los alumnos para mostrar su orgullo de pertenecer a la CSULB. Muy americano todo.

En fin. Me termino mi té blanco de vanilla apricot y parto rumbo a clase de Theatrical Film Symposium. En la próxima entrada hablaré de mis asignaturas aquí, del trabajo estresante desde la primera semana y de, al fin, tener la sensación de estar estudiando lo que me gusta.

jueves, 25 de agosto de 2011

Primeras impresiones

Tras una semana y dos días en tierras angelicales, ya me he saltado a la torera el propósito de mantener una mínima regularidad con el blog. La vida aquí por el momento está siendo caótica, apenas paramos por casa y, cuando lo hacemos, las gestiones interminables nos persiguen y nos atormentan hasta la hora de acostarnos.

A falta de inspiración y de tiempo para escribir y reflexionar en profundidad sobre los acontecimientos y novedades non-stop de esta semana en forma de anécdota diaria, por el momento he preferido redactar una lista rápida de los aspectos que me han llamado la atención de la cultura americana. Así que ahí van unas primeras impresiones tras el primer “culture shock”:

- La regla del “todo a lo grande”. Aquí todo es gigante. Las distancias, los coches, las bolsas de comida, la falsedad... (ups, esta última se me ha colado, pero hablaré de ella más adelante).

- La amabilidad de la gente es proporcional a las que te clavan por la espalda. Es decir, todos son hiper mega ultra super agradables. La atención al cliente es lo más fabuloso que he visto. Nadie descansa hasta que te des por satisfecho como cliente. Si tienes cualquier problema, no se mueven hasta habértelo solucionado, y siempre de muy buenas maneras. Lo mismito que en España, vamos.

- A la gente le gusta arreglarse. Y el dinero. Y los tacones. Y el dinero. Y las extensiones de pelo. Y el dinero. Y la clase social. Y el dinero. Básicamente su vida gira en torno a las apariencias y al dinero.

- Los españoles somos guays. Llegas a USA, dices que vienes de España y a la gente automáticamente se le agranda aún más la sonrisa y le aumentan aún más la tonalidad y los decibelios de la voz.

- Los horarios y la vida nocturna no tienen nada que ver con los nuestros. Se sale a los bares o clubs a partir de las 9 o 10 de la noche. Si vuelves a casa pasadas las 3am, eres un desfasado de la vida. Si te levantas más tarde de las 11am, eres un desecho social.

- La cultura del "te conozco, te beso y te llevo a la cama" aquí es sustituida por un "te conozco, te pido una cita, te paso a buscar y te invito a cenar". Intentar besar en la primera noche es de maleducados. Llevar a una chica a una cita y no pagar la cena es escandaloso. Y por norma general, nada de beso hasta la segunda cita. Sí, no es americanada cinematográfica, es real y es el compartamiento habitual de los jóvenes desde los 18 años.

- No importa a dónde vayas... siempre hay papel higiénico en los baños. Siempre.

- El mito de la gasolina barata no existe, son los padres.

- Lo que sí que existe es el jet lag, y no nos llevamos muy bien. Mi habitual insomnio español se transformó aquí durante la primera semana en un sistemático escozor de ojos a partir de las 10 de la noche (lo cual convertía las conversaciones nocturnas de los bares en encuentros bastante divertidos; estoy segura de que frotarme los ojos cada media frase debió de causar una apariencia de total normalidad y ausencia de trastornos mentales). Sin embargo, a las 6 de la mañana mis ojos se querían ir de fiesta, a darlo todo con los trabajadores madrugadores, y pasaban al modo “abrámonos como platos, así, por fastidiar”.

- Tampoco es un mito infundado eso de la policía mal-rollito corrupta mejicana. Y vivirlo en primera persona da un poco de canguele. Pero eso es otro capítulo de la historia, un paréntesis mejicano en la aventura americana.

Ahora toca seguir escribiendo episodios en forma de compañías de gas, luz e Internet. Volveré.

domingo, 7 de agosto de 2011

Billete de ida y vuelta

A una semana de El Viaje y sin tener aún muy claro qué quiero contar, cómo y por qué, me he decidido por fin a estrenar este intento de blog. Parece que eso de estar a punto de vivir un cambio radical en tu vida te despierta la necesidad de plasmar cada momento y cada pensamiento en algún rincón resistente al paso del tiempo, ya que la memoria, además de selectiva, es un poco cabrita, y tiende a desteñir hasta el recuerdo que creíamos haber escrito en rotulador permanente. Cuando mis 15 años y yo nos fuimos por primera vez a Inglaterra, escribí un diario de casi cien páginas de mera divagación anecdótica, al más puro estilo Bridget Jones pero con bastante menos gracia y sin contar calorías. Ahora se lleva más esto del blog, no sé si por la simple practicidad de ahorrar en tiempo, tinta y espacio (sobre todo en tinta, que la cosa está muy mal), o porque en el fondo nos atrae la idea de obligarnos a compartir ese trocito de nosotros mismos que normalmente no mostramos ni al espejo.

Soy un desastre y empiezo por el final, o por el intermedio, o por frases inconcretas e inconexas. Me cuesta unir pensamientos. Ideas que vienen, se van y vuelven al ritmo de mi ventilador, sin ningún tipo de unidad y mucha menos coherencia. No lo puedo evitar. Soy géminis, signo de aire, pura dispersión. Con esto ya me he definido en un 80%. Por lo demás, me llamo Andrea, nací hace 22 mayos y he decidido abrir este espacio para relatar lo que ocurrirá entre dos fechas que desde hace unas semanas marqué como importantes en el calendario:

- 15 de agosto de 2011: billete de ida a Los Angeles.
- 13 de junio de 2012: billete de vuelta.

Me paso la vida corriendo y huyendo, saltando y esquivando. Pero siempre en círculos, sin alejarme demasiado, no vaya a ser que decida volver. Esta vez el salto es real, grande y físico. Un primer intento de cerrar algunas de las puertas que siempre he necesitado dejar entornadas. Pero llevándome una copia de las llaves, por si acaso. Algún día quizás aprenda a vivir sin que me angustien los cambios de cerradura.

No sé qué tal se me dará este nuevo experimento al que me sigo refiriendo como “esto del blog”. Demasiada primera persona. Nunca me ha gustado mucho hablar en primera persona. Me gusta más la segunda, es más segura. La primera del plural tampoco está mal, a veces. Solo a veces. La primera te obliga a saltar de la grada cómoda y resguardada, a dejar de reír, llorar o aplaudir desde el asiento, e implicarte de verdad en la función. Da un poco de miedo. Pero lo intentaré.

Quedan 7 días.